María Montessori dice que no es la educación o el método o el sistema educativo lo que debe preocupar, sino el “niño” mismo; como personalidad desaparece éste casi totalmente bajo la “educación”. No solo en la escuela sino en la casa con los padres o parientes o cualquier otra persona que tenga cuidado con el niño.
Hasta en la conciencia misma se puede decir que la educación sustituye al niño. Nosotros hemos sido, opresores inconscientes del niño, que se desenvuelve puro y pleno de energía; “el alma del niño” ha permanecido oculta por el inconsciente egoísmo del adulto.
El adulto se convierte en un obstáculo más que en una ayuda para el desenvolvimiento del niño. El niño debe ser ayudado a actuar y a expresarse, pero no debe el adulto actuar en su lugar sin una necesidad absoluta. Por ejemplo, esto ocurre cuando nosotros con la más sincera intensión hacemos todo por él: los bañamos, en su lugar de bañarlos, les enseñamos a bañarse, en lugar de darles la comida les enseñamos a que lo hagan lo mejor posible. Y cuando están más grandes seguimos cometiendo los mismo errores; considerándolo incapaz de aprender cualquier cosa sin nuestra ayuda. Procedíamos así antes y a esto lo llamábamos educación. Queremos crear su inteligencia, sus sentimientos y su carácter.
Apenas se deja abierto el camino a la expansión, el niño muestra una actividad sorprendente y una capacidad de perfeccionar sus acciones verdaderamente maravillosas. Para ello es necesario que el adulto le prepare un ambiente proporcionado donde pueda realizar y desplegar una actividad ordenada que pueda a alcanzar los fines razonables.
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